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La lentitud del tiempo real.
Cuando miramos la vida al natural todo sucede muy despacio.
Escribimos este post hace cuatro años, cuando el ritmo de la vida digital ya era vertiginosos pero no tanto como ahora.
Decíamos entonces que cuando tenemos la oportunidad de observar algo en “tiempo real”, nos da la impresión de que sucede a cámara lenta. No siempre es así, pero en la inmensa mayoría de los casos sí lo es.
Esta “lentitud del tiempo real” seguramente podemos considerarla una especie de patología moderna. Un producto genuino de nuestro tiempo y de nuestra sociedad. Fruto de una larga trayectoria de muchos años acostumbrados a seguir la vida en diferido.
Cuando no teníamos más alternativa que los medios «tradicionales» para observar la realidad, nuestro sentido del ritmo (es una suposición) era otro. Rápido, lento, deprisa, despacio, inmediato, urgente, inminente, caducado, olvidado… esos conceptos tenían otra dimensión.
Avanza el tiempo, avanza la tecnología y, sobre todo, cambian las relaciones entre las personas y de las personas con su entorno.
No estamos acostumbrados a observar la realidad en directo.
Hoy miramos menos por la ventana que hace cuatro años. Hoy miramos la pantalla de nuestro smartphone para ver lo que está pasando. Hoy vivimos una época del Timelapse sin apenas levantar la vista de alguna pantalla, da igual si es la primera, la segunda o la tercera pantalla. Siempre hay una pantalla entre la realidad y nosotros.
Vemos reportajes de un minuto que nos muestran el efecto de la erupción del volcán Kilauea, tenemos a un clic cientos de vídeos, noticias, testimonios, fotografías y relatos en los que el ritmo de la narración es trepidante.
Somos espectadores de acontecimientos acelerados y, al levantar la vista de la pantalla, cuando miramos a nuestro alrededor, nos da la sensación de que la vida real es lenta, incluso aburrida.
Mirando la calle desde el balcón, percibimos que en los casi 70 segundos que tarda el semáforo en cambiar del rojo al verde no sucede gran cosa. Coches parados, peatones que cruzan. Peatones parados, coches que cruzan. Un vídeo de 70 segundos nos mostraría la vida de ese semáforo durante una semana, en una sucesión vertiginosa de fotogramas con cambios de luz (mañana, mediodía, tarde, noche, madrugada…), nubes que vuelan sobre los edificios. Todo tan rápido!
En cambio, desde el balcón, el tiempo real sigue pareciendo lento. Nos hemos acostumbrado tanto a la ficción del paso del tiempo, que hemos acabado asumiendo como bueno el ritmo digital, mientras que el ritmo de la vida es el que nos parece irreal.
Si estamos dos minutos parados en un semáforo miramos nuestro Smartphone. Si tenemos que cruzar la ciudad en autobús nos conectamos a la realidad digital y dejamos que Spotify nos ponga la banda sonora. Como última opción, si no hay otro remedio, pegamos la nariz a la ventanilla y miramos el pulso de la vida urbana en tiempo real. Pero es tan lenta!
Hemos incorporado de tal manera el ritmo digital a nuestra vida, nuestras relaciones y nuestros negocios que asociamos lento con malo, con no deseable, con ineficiente, con poco estimulante.
Qué significa lento?
Son muchos los factores que nos han llevado a tener una percepción del ritmo acelerada, desenfocada, irreal. Todo va deprisa. En poco tiempo pasan muchas cosas.
Pero cuando nos paramos a pensar, cuando hacemos memoria, entonces ponemos los acontecimientos en perspectiva y podemos valorar cuántas cosas han sucedido, cuántas cosas nos han pasado. Pero nos paramos muy poco. Si la cadencia natural de la vida nos aburre buscamos una pantalla en la que podamos ver la vida acelerada.
Las empresas, las organizaciones, las Marcas no son inmunes, no somos inmunes, al efecto «lentitud del tiempo real».
En un minuto no se construye una Comunidad. En un minuto no se multiplican por 1.000 los fans en las páginas de Facebook. En un minuto no somos los más seguidos en Twitter. En un minuto nadie se ha dado cuenta de que hemos llegado a Instagram. En un minuto la gente no lo deja todo para participar en un sorteo. En un minuto no hay Engagement que valga. En un minuto cabe poca vida real aunque quepan mucho impactos generados por una campaña de Ads muy agresiva.
Un minuto dura un minuto, y en un minuto pasan las cosas que caben en un minuto de vida real, no más.
Las redes sociales son un entorno real, por eso las cosas suceden en tiempo real.
Y cuando tratamos de alterar el ritmo, entonces las cosas no se aceleran, normalmente se desbocan, con todo lo que eso conlleva.
Si queremos un roble fuerte, frondoso y alto hay que plantarlo, cuidarlo, regarlo en su justa medida, preocuparse porque la tierra esté sana y las condiciones sean las mejores posibles. Si nos sentamos para ver cómo crece, no vemos nada. Lo único que conseguimos es desesperarnos y, tal vez, acabemos decidiendo que algo que crece tan lento no vale la pena.
Y entonces se olvidamos el roble, o lo sustituimos por un árbol de plástico. Reluciente y muy alto. Pero un árbol de mentira.
La realidad, la vida, tiene un ritmo. Y el ritmo de la vida, del tiempo real, es lento, pero es el ritmo natural. Puede que nos gustase que las cosas fueran más deprisa, pero esa elección no está en nuestras manos.
De todos modos, si algo permanecerá siempre inalterable es el cambio constante. El ritmo de la vida real cambia. La percepción de la lentitud es diferente para los «nativos digitales». La Generación Z empezará a imponer su ritmo muy pronto, si es que no lo está haciendo ya, y entonces la lentitud ya no será lo que era.
En cuatro años han pasado muchas cosas, muchísimas cosas. Vivimos ahora en un mundo diferente. Y empezamos a tener la incómoda sensación de que el ritmo del tiempo real se nos ha escapado de las manos.
Por eso hemos decidido, cuatro años después de publicarlo, revisar este post. Y lo cierto es que hemos modificado muy pocas cosas. La reflexión sobre el ritmo del tiempo real sigue siendo válida y la metáfora del roble también.